lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 10

Ni Mags ni Maximian reaccionaron bien cuando les conté lo que había sucedido en el entrenamiento. En realidad no tuve que contarle nada a Maximian, ya que fue la propia Kelly quién le dijo lo que había hecho con el tributo del Distrito 1.

-No todo está perdido, Maximian-. Mags intentaba calmar a mi escolta, quién no paraba de gritar una y otra vez mi escena con la lanza mientras daba vueltas por la estancia. –No le ha pasado nada y no creo que le suceda algo. No lo llegaste a herir con la lanza, ¿verdad, querido?-.

-No-. No sé cuantas veces he tenido que contestar esa pregunta. De las que me hacían, esa era la más frecuente. Lo más extraño es que me hubiera gustado hacer eso, herir a ese chico, aunque eso supusiera mi muerte nada más dar un paso en la Arena y perderlo todo. Y ese pensamiento me asustaba un poco, no era propio de mí.

-Cuéntanos de nuevo lo que sucedió después- Ordena Maximian.

-Está bien-. Me senté en el sofá grisáceo decorado con varios cojines verdes que ocupaba el centro de la sala. Nos habíamos trasladado al salón, una habitación que es utilizada normalmente como punto de reunión para conocer las puntuaciones de los Tributos, cuando cada uno de nosotros les enseñamos a los Vigilantes, en privado y por separado, todo lo que tenemos. –Lyla, la entrenadora, habló conmigo en privado después de que los Agentes de la Paz volvieran a su puesto. Me dijo que lo que había hecho era una locura, que había roto una de las normas principales de Los Juegos y que podría ser castigado por ello. Pero, al parecer, mi numerito gustó tanto a los Vigilantes, que lo pasarán por alto y no lo tendrán muy en cuenta. Lyla me dijo que, en parte, se debe a que no herí a mi compañero –resalto esa palabra cuando la digo porque yo no lo veo así. Es un rival, alguien a quién tendré que eliminar si quiero volver a ver a mi familia y a Annie y, considerarlo un compañero o amigo, es lo peor que puede suceder. Además, no es del tipo de personas que se hace querer, por lo que me lo deja bastante fácil. –Antes de irse me pidió que no se volviera a repetir, porque los Vigilantes no me lo perdonarían esta vez-.

-¿Ves? Nada de lo que preocuparse- Concluye también Mags.

-¿Nada de lo que preocuparse? ¡Retando a ese muchacho ha retado también al Capitolio! Y lo que es peor, ¡al Presidente Snow! Y todo por una chica cualquiera-.

-¡No es una chica cualquiera!- Me levanto, dolorido antes sus palabras. –Ella es…-¿Qué le iba a decir? ¿La única persona que es capaz de hacerme luchar para regresar a su lado? ¿La única que me hacía feliz con tan solo su sonrisa?- Ella es importante para mí y no debe entrar en este juego. No la tenía que haber nombrado porque no tiene ningún derecho-.

Parece que mis palabras son convincentes, porque Maximian deja de moverse y de refunfuñar. Miro a Mags, cuyo rostro ha pasado de ser una mezcla entre decepción y compasión a una completa comprensión. Ahora que lo pienso, nunca le he preguntado si tiene algún tipo de familia, si cuando tuvo que participar en Los Juegos del Hambre pensaba también en sus seres queridos para tener esa fuerza que la hizo ganar. Creo que así es, porque ella entiende lo que acababa de decir, como si hubiera luchado hace años por lo mismo.

Ninguno de los tres nos movemos aún. Estamos en silencio, mirándonos los unos a los otros. Maximian en un momento se sienta también  en el sofá, cansado de haber estado dando vueltas, como uno de esos antiguos cacharros que había en lo que era llamado parque de atracciones, un lugar donde, según me había contado mi madre una noche, los niños iban para reír y divertirse.

Me quedo contemplando el paisaje de edificios altos y afilados que se encuentran por detrás de la ventana, una que ocupa toda la pared, de extremo a extremo. Hace tiempo que es de noche y que la cena se ha servido. Tanto Maximian como Mags no querían que me saltase esa parte porque, según lo que decían, era vital alimentarse después de haber perdido una gran cantidad de energía y poder estar, para el día siguiente, como si fuera el primer día de entrenamiento. Ojalá lo fuera. Ojalá pudiera volver atrás, cuando iba con mi padre por las calles del Distrito 4 después de una fructífera captura para vender los peces, momentos en los que era feliz y sin preocupaciones. Aquí no tenías ese derecho.

Al contrario que esta mañana, El Capitolio volvía a tener vida. Había luces encendidas, tantas que podrían iluminar hasta los rincones más oscuros. La gente se movía sin parar, todavía de celebración por Los Juegos del Hambre. Por alguna razón, se me vino a la cabeza el recuerdo de los niños que estaban en la estación de tren, con los ojos brillantes de la emoción por verme, como si estuvieran delante de su héroe preferido. ¿Pensarían en mí de la misma forma si supieran lo que había estado a punto de hacer esta mañana? Sí, seguro que sí. Han crecido con la violencia como diversión, su estilo de vida.

-Bien. Creo que, por ahora, es suficiente- Mags se había levantado y me miraba de nuevo. –Mañana te seguirás comportando como si nada hubiese pasado, sigue con lo que habíamos hablado. Que tengas una buena noche, querido- Se despide.

Maximian no tarda en imitar a Mags. Pero él no me mira, ni siquiera me dice algo antes de marcharse. Sé que lo he defraudado a él también, pero no me importa. ¿Qué esperaba? ¿Qué me iba a quedar de brazos cruzados viendo como esa persona cumplía su promesa e hiciera daño así a Annie, de una manera irrevocable?

Los siguientes días pasan demasiado rápido y, extrañamente, pacíficos. Paso la mayor parte del tiempo en el puesto de nudos, donde siempre me espera el instructor de dientes modificados -¿es que no hay ningún habitante de El Capitolio que no haya sido sometido a una modificación?-, haciéndome sus habituales preguntas sobre las técnicas que utiliza Mags, pero solo le puedo responder a un par de ellas y con pocos detalles. Intento meterme también en el puesto de plantas comestibles, ya que tengo algunos conocimientos sobre plantas marinas y no me vendría mal conocer algunas de aguas dulces, porque nunca sabes qué es lo que te vas a encontrar en la Arena.

Al día siguiente de la disputa, los Vigilantes no me quitaban apenas el ojo de encima, pero se cansaron en cuanto vieron que no les iba a dar el gusto de presenciar otra escena similar y volvieron a sus tareas con los Profesionales mientras se hartaban de comer, beber y reír. Si quieren ver algo de mí, tendrían que esperar hasta la sesión privada.

Los Profesionales tampoco me tenían muy en cuenta. Estaban más ocupados en divertir a los Vigilantes que nunca. Y eso volvió a convertirse, de nuevo, en una oportunidad para conocerles mejor. En el primer día pude averiguar que el chico del Distrito 2 es ágil con armas de corta distancia. Cuando cogía una daga, empezaba a moverse de tal manera, que parecía que estaba repitiendo los pasos de un baile que ha practicado durante años. Y de Kelly, tampoco era mi prioridad, porque sabía que Mags conseguiría algo de ella.

Me fijé, sobretodo, en el chico del Distrito 1. Yo era, con toda seguridad, el rival con el que más iba a disfrutar, el que iba a dejar de últimas para poder torturarme todo el tiempo que él y los Vigilantes quisieran cuando tuviese la oportunidad. Pero no la tendría, porque antes acabaría yo con él. Era el que parecía más Profesional. Manejaba todo tipo de armas, cuchillos, hachas o mazas y levantaba grandes pesos. Se movía rápidamente por los obstáculos a la vez que hacía como si esquivara un arma invisible que había sido lanzada contra él.

Cuando terminaba, sus compañeros le aplaudían, orgullosos, como si eso les fuera a salvar de la muerte. ¿Es que no veían que su compañero no tendría ninguna piedad en matar a cada uno de ellos? Entonces, se me vino a la cabeza una idea, una escalofriante idea. ¿Y si ellos habían puesto su propia sentencia? ¿Y si ser profesional se trataba de, una vez que llegas al Capitolio, ver quién es el más capacitado y elegirlo como posible ganador, mientras que los demás solo sirven en la Arena como unas armas extras, capaces de idear planes? Miré a mi compañera de Distrito, aplaudiendo también. ¿Eso es por lo que Kelly había trabajado toda su vida? ¿Solo por ser la mascota de alguien más fuerte, encargada de despejar el camino y hacer que la victoria de ese tributo sea más fácil? Ahora entiendo porqué los Profesionales son tan mortales, porque trabajan en grupo para masacrar por el bien del líder.

Todos los tributos comemos juntos en una habitación aparte. Hay montones de carritos a nuestro alrededor y, lo único que tenemos que hacer, es acercarnos a uno de ellos y empezar a rellenar el plato con lo que más nos apetezca. Aquí también es donde los Tributos empiezan a formar pequeñas alianzas, pero todo el mundo sabe que, desde un principio, ya hay una muy fuerte, por lo que no pierden el tiempo en hablar con otros, solo lo hacen con los de su propio distrito.

Sin embargo, es en el segundo día cuando la chica del Distrito 10 se sienta a mi lado para comer. La observo atentamente, extrañado por lo que acababa de hacer, hablar con una persona que no es de su distrito. ¿Acaso quiere una alianza? ¿Cree que, si me uno a ella, podrá sobrevivir más tiempo?

-Hola. Soy Lesa, la tributo del Distrito 10-. Me ofrece su mano y una sonrisa.

-Finnick, del 4-. Se la estrecho.

-Lo sé-.

Empezamos a comer. De vez en cuando la miro, curioso. Es alta, lo recuerdo de cuando se paró a mi lado en el puesto de nudos, más o menos de mi altura. Está delgada, pero tiene brazos fuertes. Su pelo castaño claro cae en ondas por su espalda y, alrededor de su nariz, tiene pequeñas motitas. Su nariz es respingona y sus labios gruesos.

-Te preguntarás qué hago aquí. Es decir, no en los Juegos, sino sentada a tu lado-. De nuevo es ella la que empieza a hablar.

-Sí. Tengo algo de curiosidad-.

-Te vi el otro día y me quedé pasmada. Tu carácter es tan distinto cuando te enfadas. –Le da un pequeño mordisco al pan y sigue hablando. –Quiero decir, sé como actuaste en el Desfile y eras bastante… tranquilo. No sé cómo decirlo exactamente, pero no como te mostraste el primer día-

-Tocaron un tema delicado-.

-Lo sé. La familia ¿no?- la miro sin responder. –Bueno, es lo que todos dicen-

-¿Todos?-

-Sí. Mi mentor y grupo de estilistas no paran de hablar de otra cosa. Mi compañero- me señala a un chico, un poco más mayor que yo, que está situado casi en la otra punta- es quién contó lo que había pasado-

-¿Qué dijo?-

-Que habías entrado en un ataque de furia cuando nombraron a tu hermana-.

¿Hermana? Así que piensan que Annie es mi hermana. Quizás es mejor así.

-Lo entiendo. Yo también tengo hermanos y los protegería con mi vida y mucho más. Por eso he venido a ti-.

Increíble. Jamás pensé que hacer algo imprudente les diera a los demás una mejor visión de mí. Me tranquilizaba la idea de que alguien más hubiera hecho lo mismo que yo por sus seres queridos, por muy disparatado que fuera. Pero, si ella quería una alianza, yo no. Sé lo que eso conlleva y, si quiero ganar, tengo que ver a todos los Tributos por igual.

-Oye. Yo no… no puedo formar una alianza. Lo siento-.

-No he venido a buscar una alianza-.

-Entonces, ¿porqué…?- dejo la frase sin terminar. Si no quería una alianza, ¿para qué molestarse en tablar conversación con un rival? ¿Acaso quiere sonsacar algo que le ayude?-

-Te admiro Finnick. De aquí, eres una de las pocas personas que lo van a dar todo para tener de nuevo a la familia, amigos y el Distrito cerca. No vas a dejarlo atrás, no cuando lo tienes bien atado y cuando vas a pelear por ello. Los profesionales piensan en ganar solo por la fama que les traerá eso, la fama y riqueza. Quieren regodearse en los Distritos más pobres, enseñar todo lo que tienen y que no compartirán, porque son egoístas.

>> Los demás… bueno, han perdido todo el ánimo que tenían, ya se han hecho a la idea de que no volverán. Pero tú sigues en pie, creando poco a poco tu hueco entre los que  dominan la balanza y tienen más posibilidades de ganar. Y lo vas a hacer, porque no eres como ellos. Tienes coraje y te está esperando mucha gente, deseando poder volver a abrazarte. Solo por eso, vas a alzarte con la victoria. Lo único que quiero es una promesa-.

Nada de información, ni alianza. Una promesa. Eso era lo que anhelaba. Todo lo que Lesa había dicho era cierto. Mi único motivo por el que tengo que ganar estos juegos es para volver a ver a mi madre y notar sus brazos a mi alrededor; a mi padre y escuchar nuevas historias del mar; a Dallas, el único que pagaba lo que nuestro pescado se merecía; a Bale y sus azucarillos; a toda la gente amable que me saludaba cuando me veía andando y a Annie, para volver a retirar esos mechones que se posaban en su cara a causa del viento. Y Lesa creía en mí y en lo que iba a conseguir.

-¿Qué quieres?-.

-Como ya te he dicho, muchos han perdido la esperanza de volver. Yo también. Sé que no tengo ninguna oportunidad de ganar, la única herramienta que he tenido en mis manos ha sido una reatilla y, créeme, no puedo matar a nadie con ninguna-. Para un momento para mirar a los Profesionales. –No quiero que ellos me asesinen, unas personas que disfrutan derramando sangre y viendo el terror en los ojos la gente mientras piden compasión-. Su cara gira hacia mí-. Yo no quiero tener que ponerme de rodillas a suplicar, no quiero morir así. Por eso, lo que te pido es que tú me mates, Finnick. ¿Lo harás?

       Todo eso me llega de imprevisto. Tengo muy claro que todos los Tributos tienen que morir para hacerme con el título de vencedor de los Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre, pero Lesa me estaba dando su vida para mi beneficio, sin hacer nada antes. Se estaba rindiendo o se había rendido hace tiempo. No comprendo porqué no quiere luchar por aquello que tiene lejos de aquí, todo lo que le hace viva y feliz. Me da la sensación que, en cuanto su nombre salió de la urna y fue dicho, ya lo había preparado. Lo único que le hacía falta era buscar a alguien dispuesto a concluir su plan y me había elegido a mí, solo por morir con su valentía y orgullo. Miro a los Profesionales. Ni siquiera sé si yo también le pediría a alguien que me matase encontrándome en una situación en la que vea que no puedo ganar ni aunque quisiera. Entiendo lo que quiere Lesa, yo también querría morir como lo estaba pidiendo ella. Por eso le digo:

         -Sí. Lo haré-

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