lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 15

Aquella noche no hacía más que darle vueltas a mis palabras dichas en mi entrevista. Las repetí una y otra vez dentro de mi cabeza hasta estar seguro de que no me había dejado nada por detrás. Luego, pasé a pensar de nuevo en la Arena. Me imaginé ya allí, delante de la Cornucopia que se alza todos los años en el centro rodeado de un anillo metálico con todos los Tributos. Lo primero que haría es intentar agarrar algunos de los objetos que los Vigilantes dejan dispersos por todo el terreno, objetos que, si tienes suerte, pueden llegar a servirte mucho en un combate o para aguantar una dura noche.

Me quedé tumbado en la cama mirando hacia el techo un buen rato. Estoy seguro de que los Profesionales irán directamente hasta el interior de la Cornucopia a por las armas, comida, vendajes… para cargarse con todo lo que puedan y empezar a matar. Aprovecharé esa distracción y ese periodo de tiempo que me dejan para acercarme sin ser muy visto. Luego tendría que estar pendiente de los Tributos e ir yo a por algunas armas, aunque se trate de una de las dagas más pequeñas que pudieran existir. Si quiero seguir vivo, tengo que tener algo con lo que defenderme de los ataques.

En un momento después de cerrar varias veces los ojos, miré el despertador. Hacía horas que las entrevistas habían acabado y que todo el mundo se había ido a dormir aunque, como siempre, quedaba caminando por la calle el que se había pasado bebiendo hasta altas horas de la noche. Cuando mi mente volvía a estar en marcha pensando en los acontecimientos de mañana, me levantaba y daba un paseo por mi habitación intentando estar en calma y despejar la cabeza de cualquier cosa. Sin embargo, no aguanté mucho más cuando lo único que hacía era ir de la cama hasta la puerta, por lo que salí de allí.

A pesar de la hora que era, las luces estaban todavía encendidas pero no había ni rastro de ningún Avox. Caminé silenciosamente por la estancia, no queriendo despertar a nadie de su profundo sueño, y me dirigí hasta el salón. Como era de esperar, tampoco había algún Avox y eso me hacía estar incómodo. Me había acostumbrado a verlos moviéndose por todas partes que no tenerlos cerca de mí me resultaba extraño.

Me siento en el sofá y enciendo aquel aparato colgado en la pared con un mando táctil que se vuelve azul cuando pongo mi dedo sobre él. Tal y como me imaginaba, la programación es la repetición de las entrevistas y veo como Caesar está hablando con el chico del distrito seis. Mi padre se ha quedado siempre despierto en estas noches para descubrir puntos débiles de los tributos de otros años. Analizaba en silencio su discurso, su reacción a la multitud y se percataba sobre si tenía algún movimiento como tic nervioso.

Cuando ya lo tenía todo visto, eliminaba dentro de su cabeza a los que creía más débiles y no aguantarían el primer asalto. Nunca he sabido como lo hace pero casi siempre acertaba en sus predicciones y mucha gente ha venido a casa para preguntarle el nombre de aquél tributo que él consideraba ganador para apostar ilegalmente. ¿Habría visto algo en mí que yo no soy capaz de verme? ¿Esta vez diría mi nombre como posible vencedor? De repente me imagino a mi padre sentado en el sofá de nuestra casa, con los ojos rojos a causa del sueño mirando justamente lo mismo que yo. Pienso entonces en lo increíble que me parece que estemos tan lejos pero a la vez tan cerca.

El sueño todavía no aparece y me quedo viendo la entrevista de Lesa. Si sigo así de despierto, todo lo que me había costado conseguir podría irse a pique por quedarme dormido en la Arena, una forma estúpida de morir y perder. Sería entonces cuando se le tenga que dar la razón a Kelly sobre que no aguantaría demasiado, pero no a causa de mi miedo por ver como una jauría salvaje y furiosa se abalanzan sobre mí para arrancarme el corazón.

Veo en la televisión a una chica más menuda de lo que es en realidad a causa de su vestimenta. No entiendo qué clase de idea tenían en mente sus estilistas cuando comenzaron a crear el vestido pero, si querían hacerla ver adorable e infantil para dar lástima, lo habían conseguido. Mags me había aconsejado que formar una alianza es el mejor planteamiento pero, ¿y si matan a Lesa antes de hacerle la propuesta? Sé que soy yo el que tiene ahora mismo su vida en mis manos pero, si es rodeada en un inicio por dos tributos profesionales dispuestos a quitarla del camino, no podría protegerla. ¿O sí? Con uno de ellos podría perfectamente ¿y con dos? ¿Y si son más? Solo espero que Lesa huya lo más lejos posible y se esconda nada más escuchar el gong que da comienzo a los Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre. Luego seré yo el que la busque sin temor de tropezarme con alguien por el camino y, si es lista y piensa en lo mismo que yo, la encontraré viva y acurrucada bajo algo que pueda ocultarla.

-¿Todavía despierto, querido?- Me había quedado tan absorto viendo a mi futura aliada que no me había percatado de que mi mentora vagaba por nuestro piso del Centro de Entrenamiento. Vestía una bata blanca que le llegaba hasta un poco más debajo de sus pequeñas rodillas y en sus pies calzaba unas zapatillas de algodón blanco con una suela de goma.

-He intentado cerrar los ojos y caer en el sueño, pero me es imposible- Suspiro.

-¿Te preocupa algo?-Pregunta Mags sentándose a mi lado.

Preocupación. Es un sentimiento que tuve cuando me despedí de mis padres y de Annie en el Edificio de Justicia del Distrito 4 el día en el que fui elegido como representante de mi distrito para los Juegos de este año en La Cosecha. Me preocupaba que se encerrasen en ellos mismos y se convirtieran en maniquíes con alma. Eso no era lo que me preocupaba ahora porque estoy seguro de que han vuelto a cobrar vida y siguen como siempre los he recordado sabiendo que les he dado un poco de luz. Esta preocupación que no me dejaba concebir el sueño me tenía como protagonista.

-¿Y si Kelly estaba en lo cierto? ¿Y si me quedo petrificado en la Arena sin poder reaccionar? Es posible que no pueda soportar la presión y…-

-Finnick, me has brindado la oportunidad de conocerte como persona. Eres fuerte, impulsivo, soñador, siempre vas a por lo que te propones y mejor que nadie se interponga en tu camino. Creí que ya habíamos hablado sobre eso y que lo tenías asumido. No te preocupes porque estoy segura de que no te vas a dejar matar tan fácilmente.

>> Cuando yo participé en los Juegos del Hambre hace bastantes años, mi inquietud se debía a varias preguntas. ¿Por qué la sociedad que ha nacido después de otra eliminada, que conoce el mundo muerto que antes existía a causa de guerras, pobreza y asesinatos, permite algo como esto como entretenimiento? ¿Es que no somos capaces de aprender ni aún teniendo libros con los hechos escritos? Teníamos una buena vida y creíamos en la posibilidad de vivir por fin en paz, pero todo volvió a su origen por otra guerra. ¿Por qué?-

-Porque volvimos a ser sometidos y el ser humano busca, por naturaleza, la libertad- contesto aunque no fuera una pregunta dirigida para mí.

-Sí, ahora conozco la respuesta pero las cuestiones no pararon hasta que no me dí cuenta de eso. Por eso me enfrenté y gané, para que la sociedad encerrada en una jaula tuviera a alguien que había conocido esa sensación y se la pudiera prestar-

No me puedo imaginar a una pequeña Mags en un mundo diferente al que vivimos ahora y tampoco el sufrimiento que tuvo que pasar cuando era consciente de que todo lo que había conocido y querido estaba siendo sumergido en agua. He leído numerosas cosas en el colegio sobre todo lo que existía antes, pero no todo el mundo podía acceder a ellas. Había grandes diferencias sociales, algo que se ha heredado y que se puede ver si comparamos la pobreza que vive en el Distrito 12 con el lujo y la elegancia que tiene el Distrito 1. Es un nivel totalmente inalcanzable para una persona que vive en el Distrito 12 y, ya te podrías pasar toda una vida trabajando, que no llegarías a conseguir ni el tres por ciento de la riqueza.

-El morir temprano en la Arena es una preocupación menor. Por supuesto que quiero luchar pero lo que más me dolería sería incumplir las promesas que ya he hecho. No lo puedo consentir-

-Te diré algo que quizás ya sepas. Tienes mucha gente a tu alrededor, más de la que te puedes imaginar. No solamente habitantes del Capitolio sino también tu Distrito, nuestro Distrito. Si no eres capaz de moverte, ellos te darán el empujón necesario para que des ese paso y, si sigues agarrando sus manos, llegarás lejos. Cumplirás esas promesas y otras más porque vivirás para seguir haciéndolas-

Me imaginé de nuevo en la Arena, de pie sobre el cilindro metálico esperando a que la cuenta atrás termine. Pero allí no estamos solamente los veinticuatro tributos, hay un gran número de personas a mí alrededor, mis padres detrás de mí vigilando mi espalda, Annie juntando su mano con la mía para darme más fuerza, los demás pescadores cargados con lanzas y redes, la gente del Capitolio con su dinero… No solo se enfrentarán a mí sino también a todos los que me apoyan y contra eso es imposible vencer. Esa inquietud interior que he tenido toda la noche se apaga de un soplido y es entonces cuando me doy cuenta de cuánto me calma la compañía de Mags.

-Tienes razón Mags. No estoy solo en esto-

-No querido. No lo estás-

De la televisión sale el himno del Capitolio y veo como todos nosotros estamos de pie escuchándolo. Después de eso, la repetición del programa termina. Cuando llego de nuevo a mi habitación después de despedirme de Mags, mi cuerpo empieza a ser víctima de las altas horas de la noche. Por eso, nada más tumbarme en la cama, puedo dormir las horas que quedan y descansar un poco antes de los Juegos.

Me despiertan cuando todavía está saliendo el sol por el horizonte para prepararme. Los Juegos empiezan por la mañana, dentro de unas pocas horas, y todos los tributos tenemos que estar listos para partir hacia la Arena. Aquí es donde tengo que dejar a aquellas dos personas que me han estado acompañando todos estos días y que se han convertido en una parte importante de mí, Mags y Maximian. Me entra algo por dentro cuando me doy cuenta de que tengo que volver a dejar algo perteneciente a mi Distrito atrás.

Maximian nos abraza a Kelly y a mí y sus últimas palabras son un deseo por volver a ver de nuevo, al menos, a uno de nosotros y que, si no conseguimos sobrevivir, que nuestra muerte no sea tan bruta como en años anteriores. Quiero decirle que si los tributos profesionales encuentran alguna forma para someterme, jugarán con mi cuerpo como festín y moriré únicamente de dolor, pero no lo hago. Mags es rápida y solo nos dice que hará todo lo posible por encontrar buenos patrocinadores que nos ayude a los dos.

Después de eso, solo mi estilista me acompaña al tejado, donde ya nos está esperando uno de esos aerodeslizadores del Capitolio que nos llevará directamente a la sala de lanzamiento, un lugar donde terminaremos de prepararnos.

El fuerte aire que produce aquél transporte volador me despeina y tengo que cerrar un poco los ojos para refugiarlos. Mi estilista me obliga a ir delante y, nada más tocar la escalerilla de subida, me quedo paralizado de la cabeza a los pies. Una vez arriba, la escalera no deja de sujetarme hasta que un hombre con una bata blanca, me inyecta un dispositivo de rastreo, para que los Vigilantes no me pierdan de vista en la Arena.

Mi estilista aparece por detrás de mí y una chica Avox –a la que ya había visto por nuestro piso- nos acompaña hasta otro cuarto donde está la comida. Como sé que me vendrá bien alimentarme –es posible que no pruebe bocado en todo lo que queda de día- como hasta casi reventar.

Después de un largo tiempo pasando por encima de varios edificios y adentrarnos en lugares en los que solo el Capitolio tiene permitido pasar, llegamos a la Arena. Mi estilista me acompaña por varios túneles altos y blancos, con lámparas colgantes del techo, una vez dentro de las catacumbas y entramos en una sala con un gran número cuatro en la entrada. Dos Agentes de la Paz se colocan delante de ella para vigilar la también salida. Me sorprende eso de que pongan tanta seguridad en un lugar del que no podrías salir ni aunque te dejasen las puertas abiertas de par en par.

Mi estilista recoge un único traje que se encuentra colgado de una percha. Es un conjunto de camisa y pantalón blancos, de dos telas cada uno. Por debajo se encuentra un tejido liso y fino y, sobre este, otro de redecilla.

-Los trajes son transpirables. Estos pequeños agujeros te ayudarán a soportar mejor el calor- informa señalándolos.

Bien. Ya voy conociendo algo de la Arena. Descarto la idea de paisajes fríos como montañas nevadas, ríos de hielo o nubes grises con aire gélido. Este año nos someteremos a altas temperaturas.

-Las zapatillas son un poco más de lo mismo- Acepto el calzado que mi estilista tiene en sus manos y, lo primero que noto es el frío de la suela. Les doy la vuelta y veo suelas de metal con pequeños salientes puntiagudos, ideales para pisar suelos duros.

-No han dejado nada más, así que…- Ella baja la cabeza para que no pueda ver sus ojos tristes por la despedida.

-Hasta aquí has llegado. Gracias por todo-

-Oh, pequeño- Me abraza inesperadamente. Tardo en reaccionar pero rodeo su espalda con mis brazos. –Ha sido todo un placer. Jamás me lo he pasado tan bien, he vuelto a ser una niña que se conformaba con las muñecas cuando quería trabajar en algo. Debería de existir más gente como tú-

Nos quedamos así hasta que me llaman para que me coloque en una placa de metal que hay en el centro.

-Yo también estaré apoyándote, Finnick Odair- me dice y es lo único que sale de su boca antes de que me rodeé un cilindro de cristal.

De repente, ese cilindro empieza a elevarme y, cuando estoy llegando casi al límite, la placa metálica me hace entrar al campo de batalla y a la visión de todo el mundo. Lo primero que hago es escuchar el espacio donde me encuentro, pero me desanimo un poco cuando no escucho ningún fluir del agua. No hay o, al menos, no está cerca de aquí. Como pensaba, los Vigilantes no me lo iban a dejar todo hecho. Ellos necesitan verme actuar de nuevo. Lo que puedo ver de la Arena es como pequeñas formaciones de piedra se abren sobre nosotros. El suelo es calcáreo, de un color más próximo al naranja que del marrón. 

Todos los tributos estamos ya al aire libre, el cuál es bastante pesado. Un enorme sol nos cae encima, achicharrando la parte superior de nuestras cabezas y las primeras gotas de sudor no tardan en aparecer. Los tributos profesionales están dispersos, un par de ellos a cada lado. Encuentro a Kelly a tan solo tres cilindros a mi izquierda de distancia.

Infinidad de cosas se reparten por el suelo, algunas más útiles que otras, como por ejemplo alguna sombrilla para refugiarte de la luz quemadora, protectores o unos  prismáticos. Me fijo en el interior de la Cornucopia y consigo distinguir cuchillos y lanzas. Tengo que hacerme con ellos como sea.

Claudius Templesmith, el presentador de los Juegos, habla con una voz firme y clara:

-Damas y caballeros, ya pueden empezar los Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre-

Lo que le continúa es un número, sesenta, al que cada vez se le va restando un número. Cincuenta y cinco segundos para que tenga que empezar a correr. Si no consigo llegar a la Cornucopia para las armas y medicinas que en un futuro podría tener que utilizar, quizás algo de lo que hay en el suelo me pueda ayudar o proteger para obtener lo que quiero. Treinta y cinco segundos. Ahora mismo todo el mundo está pendiente de nosotros. La batalla en la Cornucopia siempre ha sido la más sanguinaria  y mortal, por lo que es un entretenimiento asegurado. Quince segundos. Miro hacia arriba y sé enseguida que será complicado escalar la roca para salir de este hoyo del suelo intentando esquivar a la vez el peligro. Espero que no sea todo igual allí arriba. Cinco segundos. Vuelvo a mirar al frente, a las armas y cierro las manos en puños. Tres, dos… ¡boom!

Una explosión a varios cilindros nos deja momentáneamente paralizados. A pesar de que el tiempo de espera para salir de las placas de metal ha llegado a su fin, nadie se mueve todavía. Una gran humareda de polvo nos tapa y pronto oigo el grito de una chica y el sonido de un cañón en el cielo. Cuando el polvo se dispersa, veo la escena. El cilindro está totalmente ensangrentado y lo único que queda de ese tributo es un trozo de su cuerpo. Siempre hemos sabido que los cilindros están rodeados de minas que explotan si alguien se adelanta en la salida.

        Solo pienso en una cosa: alguien se ha quitado la vida.

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