lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 2

Todo el mundo estaba expectante, pendiente de aquel hombre procedente del Capitolio. Seguramente, algunos de los padres de hijos que tampoco habían sido entrenados para convertirse en Profesionales, estaban nerviosos. Por un momento, se me vino la imagen de mis padres, abrazándose y esperando a que todo termine y vuelva con ellos. Pero borré eso inmediatamente.

Después de recitar el diálogo de todos los años, sobre la guerra entre el Distrito 13 y el Capitolio y de cómo surgieron así Los Juegos del Hambre, comenzó la elección a los Tributos de los Sexagésimos Quintos Juegos del Hambre. Era una costumbre que primero fueran las damas –el personaje del Capitolio lo decía con una voz extraña, más fina de lo habitual para un hombre, así que supuse que se trataba de alguna modificación-, así que hacia allí se dirigió, hasta la urna de cristal con forma globular con los nombres de todas las chicas de nuestro distrito que eran llamadas para La Cosecha, con el nombre de Annie entre ellas.

Dio varias vueltas y removió bien aquellos papeles blancos, bien doblados y con el sello del Capitolio dibujado en su reverso, de un color rojo mate. Rápidamente y sin vacilaciones, sacó uno de ellos y se movió hacia el centro, con nuestros ojos siguiendo su recorrido.

-Veamos quién es el Tributo femenino que representará al Distrito 4-. Dijo, poniendo su irregular boca muy cerca del micrófono. El mismo se retiró rápidamente viendo que su voz había sonado demasiado fuerte.

Por un instante, todo me pareció borroso, como si me hubiera trasladado hasta otro lugar donde estaba solo yo frente al escolta del Distrito 4. Podía incluso decir que había dejado de respirar. Una preocupación y miedo se apoderó de mí al pensar que podría ser Annie la que estuviera en esa papeleta. Es cierto que no tiene muchas posibilidades, las mismas que las mías, pero ha habido casos similares en juegos anteriores.

Tenía que tranquilizarme. Aunque fuera Annie, seguro que hay alguna Profesional que quiera ocupar su lugar, por lo que podría presentarse como voluntaria y Annie quedaría libre de todo aquello.

Había llegado al punto de que no podía oír nada, ni siquiera el canto de los pájaros, que parecía que se habían unido con nosotros, creando una banda sonora para el momento. Estaba pendiente de esa persona, tan concentrado, que llegué a pensar que podía hasta escuchar el sonido de sus párpados cerrándose, de su garganta bajando cuando tragaba saliva y de su respiración.

Con un movimiento lento, abrió la papeleta, miró lo que sea que estuviera escrito un par de veces y leyó el nombre. Tragué saliva cuando luego miró hacia la zona de las chicas.

-Eabha Dankworth-.

El sonido con su nombre llegó hasta todos los rincones y recovecos de nuestro Distrito. Los altavoces instalados fueron encendidos en este momento para que todos y cada uno de nuestros vecinos y amigos pudieran escuchar el nombre de la Tributo femenina del Distrito 4.

Conocía a esa chica. Su padre también era pescador y había tenido alguna relación con mi padre. De vez en cuando se venía al mar porque le entusiasmaba dibujar las conchas y el ocaso, cuando el sol tenía medio cuerpo escondido detrás del horizonte y del mar y teñía el cielo de naranja, de verde claro que se mezclaba con el azul y de gris. Ese era su momento preferido.

Después de escuchar que era ella, todo volvió a como estaba antes. Expulsé el aire que había acumulado dentro y notaba de nuevo el aire sobre mi rostro, que refrescaba el sudor de mi frente. Annie estaba a salvo este año, lejos de las manos del Capitolio y su brutal juego.

-¡Me presento voluntaria como Tributo!-. Había dicho una voz, procedente de dos filas más atrás de la que estaba Eabha.

Nadie se sorprendió al oír esas palabras, era algo normal entre nosotros. Todos giramos nuestras cabezas al unísono para poder ver el rostro de la chica que se había presentado como voluntaria y había salvado a Eabha de una muerte segura.

Los Profesionales no se presentaban como voluntarios para salvar a quienes salían elegidos. Ellos lo hacían por diversión. La  gente decía por las calles que, para los Profesionales, aquellos que no se entrenaban para Los Juegos, les parecían débiles e inútiles.

Cuatro Agentes de la Paz se acercaron hasta ella y la acompañaron por el camino asfaltado que había entre los chicos y las chicas. Desde aquí solo podía ver su pelo negro, recogido con el tallo de una Elodea, de un verde intenso que combina perfectamente con su traje.

-No podía faltar nuestro voluntario de todos los años. ¡Un aplauso, Distrito 4!-. El escolta fue el primero en aplaudir entusiasmado y, luego, le continuaron aquellos que eran familiares, amigos y entrenadores de la chica que estaba subiendo las escaleras.

El escolta la cogió por el brazo cuando llegó al escenario y la trajo hasta el micrófono. Era una chica corpulenta, de brazos y muslos grandes y musculosos. Sus pómulos estaban levantados y su tez tenía algunas cicatrices. Sus ojos eran almendrados y de color miel. Así eran todos los profesionales.

Al contrario que con Eabha, nunca había visto a aquella muchacha. Los Profesionales no suelen relacionarse con aquellos que no tengan que ver con su vida, solo se conocían entre ellos por tener que pasar casi todos los minutos de su vida entrenando.

-¿Cómo se llama la voluntaria femenina de este año?-. El escolta le acercó el micrófono rápidamente.

-Kelly Reeve-. Estaba tranquila.

-Bien. Enhorabuena por ser el Tributo femenina de este año. Sigamos con la elección-. El escolta se acercó ahora a la urna opuesta. –Es el turno de los hombres-.

Sabía que había perdido ya mucho tiempo, así que no vaciló y enseguida tuvo su papeleta entre las manos. Se acercó con paso firme, preparado para decir el nombre del Tributo masculino.

-Finnick Odair-.

El aire se detuvo de golpe, o eso me pareció a mí. Me quedé en mi sitio, incrédulo y procesando aún este golpe que acababa de recibir. Ahora era yo el centro de atención, caras de pena y compasión, pero por dentro aliviadas de no ser su nombre el que acababa de salir. Mi libertad había durado solamente dos años.

Ninguno de los chicos se presentó como voluntario cuando mi nombre sonó. No tenían porqué, porque sabían que yo estaba, en cierto modo, preparado para Los Juegos. Conocían sobe mi rapidez nadando, sobre mi capacidad de utilizar armas y herramientas fácilmente y sabían que estaba preparado psicológicamente para ello. 

Pensé en Annie, en como estaría ahora sabiendo que yo iba a participar en Los Juegos del Hambre de este año. Mis padres también vinieron a mi mente, seguro que destrozados porque habían confiado en que otro año más, su hijo no sería el elegido para jugar. Pero no contaban con que los Profesionales estaban de acuerdo en que yo podría ser un buen Tributo masculino para representar al Distrito 4.

Unos Agentes de la Paz me cogieron por ambos brazos y me llevaron a la escalera contraria por la que había subido la voluntaria femenina. El escolta –ahora podía oler su perfume, una mezcla de vainilla y lila- hizo todo, exactamente igual, a lo que hizo cuando presentó a mi compañera de Distrito.

En un momento rápido, fui capaz de ver a Annie. Estaba con la cabeza agachada y sus hombros se movían hacia arriba y hacia abajo. Estaba llorando, la conocía lo suficiente como para notarlo. Quizá ella estaba a salvo, pero yo no y eso significa que una parte de Annie podría morir, porque participaría y jugaría para El Capitolio.

-Por aquí, por favor-.

El escolta nos llevó a Kelly y a mí dentro del Edificio de Justicia, donde ahora, nos pondrían en habitaciones separadas y donde esperaríamos a nuestros familiares y amigos, quienes se despedirían antes de que partamos hacia El Capitolio.

Nunca he tenido que entrar dentro del Edificio de Justicia, por lo que me sorprendió lo grande y decorado que era. Mis padres solo han venido aquí una vez ya que es en este lugar donde te casas y, luego de eso, te asignan una casa donde vivirás el resto de tu vida, después de rellenar un formulario.

Podría ser el Edificio más rico de nuestro Distrito, por ser donde se llevan a cabo asuntos oficiales y por ser la sede del gobierno regional. Ya he visto casas grandes, donde las lámparas que colgaban de la pared estaban hechas de un material caro, que podías permitirte gracias a los ingresos que ganamos con nuestra industria.

Pero el Edificio de Justicia estaba a un nivel más caro, donde las escaleras que te hacían subir hacia el siguiente piso eran de una madera cara que no era capaz de adivinar. Los barrotes de las barandillas eran de oro, del mismo color que los zapatos de mi escolta.

El piso de arriba era un largo pasillo flanqueado por diversas puertas de la misma madera que las escaleras. Solo dos de ellas eran vigiladas por un par de Agentes de la Paz. Éstos se movieron cuando nos vieron llegar y, uno de ellos, abandonó su sitio y me trasladó hacia la primera puerta. Otro Agente de la Paz hizo lo mismo con Kelly, que entró en la habitación de al lado.

Dentro todo parecía igual. Había dos butacas tapizadas de color verde, mirando hacia una ventana que se extendía desde la pared hasta el suelo. Había un escritorio de madera más clara que las puertas y, sobre ella, había una lamparita de gris grafito y acero anti polvo, inclinada sobre la pared, como esperando que alguien la encienda.

La puerta se abrió detrás de mí y mis padres entraron. Mi madre corrió con los brazos abiertos y me abrazó fuertemente, no queriéndome soltar nunca más. Esta vez no pudo reprimir las lágrimas y lloró. Mi padre se quedó detrás, mirándonos.

-No te tocaba esta vez-. Dijo mi madre con la voz entrecortada.

-Está bien, no pasa nada-. Le contesté para tranquilizarla.

-Finnick-. Mi padre me llamó y mi madre se apartó para dejarle paso. –Esto va a ser duro. Eres mi hijo y sé cómo eres, pero te costará. Nunca, jamás dejes de ser tu mismo y piensa siempre antes de actuar. Podría ser el paso que hay entre la muerte y la salvación-.

-Lo sé papá, estoy preparado-.

-Ni siquiera los Profesionales lo están, a pesar de pasar sus vidas entrenándose para esos momentos. Pero tu mente no es débil. Lo harás bien-. Concluye, abrazándome también.

-Es la hora-. Un Agente de la Paz avisaba a mis padres de que se tenían que marchar. Mi madre rompió a llorar aún más y mi padre se acercó a ella. El Agente de la Paz tenía la puerta sujetada para ellos.

-Te estaremos esperando con un gran banquete, hijo-. Me dijo mi padre, antes de salir y cerrarse la puerta.

Me senté de golpe en uno de esos sillones. No estaba nervioso ni tenía miedo al pensar lo que me esperaba a partir de ahora. Estaba decidido y, si pensaban que me iba a hacer más débil, lo único que he hecho es confiar más en mi fuerza.

La puerta de abrió de nuevo. Me levanté y vi a Annie, con los ojos un poco hinchados después de haber estado llorando. Los dos nos quedamos en silencio y sin movernos. Fue ella la que vino hacia mí y me abrazó con cariño y cuidado después de unos segundos. Pude notar la frialdad de su cuerpo cuando sus brazos rozaron mi nuca.

-Nunca perdonaré a los Profesionales. ¿No querían participar? ¿Dónde estaban cuando tu nombre salió de la urna?-. Su voz era feroz.

-Ellos han visto que soy un buen candidato-.

-Pues entonces son ciegos y cobardes. Llevan una vida preparándose, ¿por qué para ellos eres perfecto como Tributo cuando solo has trabajado para tu padre?-.

-Annie, ellos saben que tengo cierta ventaja sobre la mayoría de los Tributos. Sé nadar, crear trampas y utilizar muy bien cuchillos y lanzas. Estoy todo lo preparado que necesitan-.

-¡Pero no es justo!-. Annie se retira, enfurecida.

-Nada de esto es justo, pero es nuestra vida. Existen normas y no podemos desobedecerlas-.

-¡Eso es lo que justamente más odio de todo esto!-. Annie está casi gritando.

-Annie, tranquilízate y no digas esas cosas tan alto. Hay Agentes de la Paz fuera y podrían oírte-.

Annie podría haber escapado de las garras del Capitolio durante la Cosecha, pero si los Agentes de la Paz escuchaban sus palabras, podrían detenerla por inducir a una posible rebelión. Podrían considerarla una rebelde y a saber qué planes tendrían preparados para ella. Podrían convertirla en Avox, cortarle la lengua para que no diga nunca más ninguna palabra contra el gobierno de Panem y utilizarla como sirviente para los habitantes de El Capitolio. Eso es peor que la muerte, ver cómo pasan los días estando presa en una ciudad, sin poder volver a ver tu hogar y seres queridos. No estoy dispuesto a que Annie tenga que pasar por eso solo por estar enfurecida.

-Es la hora-. El Agente de la Paz había entrado de nuevo.

-Finn-. Annie me abrazó de nuevo. –Vuelve a casa, por favor. No puedo perderte, no ahora-. Me besó en la mejilla y salió de la habitación.

No entró nadie más en los minutos que me quedaban por estar ahí. Me entretuve viendo el movimiento de la gente regresando a sus casas con sus hijos a salvo, a través de la ventana. Llamaron a la puerta cuando me pareció ver por última vez, el vestido blanco de Annie revoloteando como si fuese una mariposa. 

-Debemos irnos Finnick. Tenemos que coger el tren-.

Me despedí mentalmente de todo. De las risas que se formaban por la mañana, cuando alguno contaba alguna historia divertida; de la estampa de niños correteando por las calles, aún ajenos al verdadero problema que tenías cuando cumplías los doce años; del olor de la Plaza del Marine, una combinación entre pan, pescado y madera mojada; del sonido del agua rompiendo con las grandes rocas; pero, sobre todo, me despedí del ambiente que había en casa a la hora de comer, cuando mis padres, Annie y yo, estábamos sentados en la mesa y de mi hogar, el Distrito 4.

-Pongamos rumbo al Capitolio-.

Salí de allí con la mente tranquila y haciendo una promesa a todo el mundo. Este año volverían a tener a un ganador del Distrito 4.

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