lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 3

El aire se hizo más fresco cuando entré en el tren. El Distrito 4 tenía esa característica propia de los lugares que están cerca del mar, aire húmedo y días calurosos. Era la misma sensación que tenías al abrir una nevera en pleno verano y sentir el aire frío, refrescándote con más rapidez que con los incómodos abanicos de seda.

Por una extraña razón iba a echar de menos incluso el clima de mi Distrito. Nunca me ha gustado mucho el hecho de que la ropa se te pegase de forma exagerada a la piel y de noche no podías salir y darte un chapuzón en el agua, por mucho que quisieras. Pero el estar ya algunos minutos sin notarlo, lo necesitaba de vuelta, eso me hacía ver que ya no estaba en casa.

Nuestro escolta, quien se presentó durante el camino hasta aquí como Maximian –junto con una abundancia de detalles, como que sus padres siempre han sido aficionados a los cambios estéticos que te proporcionaba el Capitolio y que él aspiraba a más y no a solo un simple escolta de Tributos- se adelantó. Cuando lo hizo, una puerta metálica se abrió, desplazándose hacia un lado cuando notó la presencia de movimiento.

Allí nos quedamos, mi compañera de Distrito y yo. A pesar de ser más voluminosa, yo era más alto y también tenía mis músculos formados después de haber pasado todos estos años arrastrando redes pesadas de peces, aunque no tan marcados. Es como si ella se hubiera centrado exclusivamente a hacer crecer esas partes del cuerpo, una forma de imponer a los enemigos, como si fuera un lagarto con chorreras cuando abre su collar de largas espinas de cartílago cuando se siente amenazado.

El tren ya se había empezado a mover y habíamos abandonado la estación del Distrito 4. Imité a mi escolta y me adentré hasta el vagón que había detrás de la puerta metálica, la cual hizo lo mismo cuando me coloque enfrente de ella.

Allí dentro ya estaba Maximian con una clase de fruta rosada y amarillenta en sus manos y que presentaba huecos que dejaban ver la pulpa de su interior. El jugo le caía por la barbilla cuando le daba un mordisco, pero él rápidamente se limpiaba con una servilleta de algodón verde.

Me fijé en toda la comida que había allí, posada encima de una alargada mesa de caoba, brillante por el retoque bruñido, y en cuencos de plata o cobre. Mi madre era conocida por hacer grandes banquetes en festividades y celebraciones, se ha encargado en numerosas ocasiones de preparar la comida cuando resultaba ganador de unos Juegos algún Tributo del Distrito 4. Pero nunca hubiera conseguido hacer todo lo que estaba enfrente de mí: Pato en salsa de granada y pato laqueado con miel, cabrito con almendras, langosta gratinada, mejillones con crema de apio y muchos más platos con bebidas de colores en jarras de cristal y frutas, troceadas y deshuesadas, en bandejas de plata.

Kelly entró justo después de mí y no dudó en sentarse en una de las sillas acolchadas del vagón y rellenar uno de los platos que estaban colocados en una mesa aparte y en una fila alta, cuando vio toda la comida. Yo no tenía apetito, no era capaz de comer nada a pesar de que mi estómago estaba casi vacío al no haber desayunado apenas.

-Deberías comer algo-. Una voz de mujer sonó desde uno de los rincones de la habitación.

Ni Kelly ni Maximian se inmutaron, siguieron comiendo como si fuera la última vez que lo hacían. Mis ojos buscaron a aquella persona, rodeando todas las bandejas y montañas de comida. Finalmente di con unos ojos azules y grandes entre la jarra de zumo de granada y una fuente de fruta.

-¿Una pera?-. Me ofreció, mostrándomela.

Ella se movió de su sitio. Era baja, mucho más baja que yo y casi de la misma altura que la mesa de caoba, por eso me costó encontrarla. Su pelo, blanco como la nieve, estaba estirado hacia atrás, donde acababa siendo recogido por un lazo negro. Caminaba algo encorvada, pero era ágil. Se sentó en otra silla, donde me miraba aún con la pera en alto. Su piel era tersa, pero tenía arrugas por las comisuras de sus labios y alrededor de sus ojos. Su mirada me daba confianza y comodidad.

Agarré la pera y se senté en la silla que quedaba sin ocupar de esa parte. Le dí un mordisco a pesar de que no me entraba nada, pero tenía que forzar y obedecer a mi garganta a tragar. No sería nada bueno llegar al Capitolio muerto de hambre, ya que el viaje iba a durar unas cuantas horas.

-Sé que no se parece en nada los ricos cocos que vende Brandsford, pero te ayudan de la misma forma-. Sonrió cuando vio que le di un primer mordisco. Miró un momento hacia Maximian y se colocó la mano de una forma, en la que no se le pudiera leer los labios si miraba hacia aquí. –Además, odio la fruta, la comida y todo lo que esté modificado genéticamente por el Capitolio. Las cosas naturales son las más sanas-. Me guiñó un ojo.

No pude evitar sonreír un poco, no quería que el jugo de la pera me manchase la camisa de mi padre. Quería conservarla hasta que pudiera y tampoco iba a permitir que se deshicieran de ella si yo caía en la Arena.

-Pero tú no paras de comer, como si no fuera suficiente lo que te da el Capitolio-. Le dijo a Kelly, quien ni la miró.

-Soy Mags, vuestra mentora-. Me estiró su mano, dañada con cicatrices y arrugada. Se notaba que con ellas había trabajado duramente durante años. Yo le ofrecí la mía.

Había oído hablar de mi mentora. Participó hace ya muchos años en Los Juegos del Hambre, nunca hemos sabido en cuales exactamente. Solo la había visto en la televisión, cuando los Tributos eran entrevistados delante de todos los ciudadanos del Capitolio y nombraban a todos los mentores de cada uno de los Distritos. Mags era una leyenda, ya que es la única persona viva que ha conocido nuestro mundo antes de que Los Juegos del Hambre empezaran a existir. Ella solo tenía cinco años cuando la gran oleada inundó la mayoría del planeta, dejando solamente el terreno que hoy se conoce como Panem. Ella vivió el momento del nacimiento del gobierno y de los Distritos y  conoce mejor que nadie la historia del Distrito 13, de cómo se reveló y de cómo fue vencido.

-Tenía ganas de conocerte, Finnick Odair. He oído que tu padre es un gran pescador-.

-Sí, siempre lo ha sido. Ha pescado grandes ejemplares que luego se han vendido muy bien-. Recordé el momento en el que capturó un gran pez espada. Era fuerte y se movía sin parar, incluso mi padre llegó a pensar que rompería la red. Pero estaba tan fuerte y bien hecha, que el pez se cansó de pelear y se rindió al pescador.

-¿Qué sabes hacer? Solías ir con tu padre, ¿no es así?-. Mags se había levantado para servirse un vaso de zumo de kiwi.

-Empezó a llevarme a la pesca cuando tenía seis años. Me enseñó muchas técnicas para hacer nudos y redes resistibles a grandes fuerzas y objetos o peces pesados. Cuando fui creciendo, empecé a poder utilizar lanzas para derribar mejor los que se resistían. Luego pasé a los cuchillos para abrir los moluscos más duros, así que ahora puedo manejar bien algunas armas mortales-.

-Bien. Sé que tu padre tiene una técnica de hacer redes muy buena y particular. Podría enseñarte algunas técnicas si te parece bien-. Me sonrió de nuevo, algo que me confortó. Ella era del Distrito 4 y se notaba esa amabilidad y simpatía que tenían la mayoría de los habitantes del Distrito 4.

-¿Y yo qué? También soy Tributo este año y tú eres mi mentora, no solo la del chico-. Kelly había acabado de zamparse todo el plato y había estado pendiente de nuestra conversación.

-Querida, has estado cuanto, ¿diez? ¿doce años entrenando? Has cogido muchas más armas que él, te han dicho muchos más consejos que a él y sabes cómo actuar en la Arena mejor que él. ¡Te lo han dejado todo preparado! Yo no tengo nada que te pueda ser útil en los Juegos. Por eso solo me voy a concentrar en él-. Mags se rellenó por segunda vez el vaso. –No te estoy diciendo que te voy a dejar de lado. Mi trabajo como mentora es aconsejar y, aunque tú ya lo sepas todo, te diré cómo debes actuar en cada ocasión. Dale al chico una ventaja algo más grande.

-¿Sabes? Tienes razón. Me lo han enseñado todo. Por eso veo una pérdida de tiempo que le enseñes alguna cosa, porque morirá en la Arena, no durará nada teniéndome a mí y otros cuatro profesionales más en su contra. Yo seré la ganadora este año y no, no será gracias a ti-.

Así era como realmente nos veían los profesionales, una roca en su camino hacia la gloria a la que puedes patear sin ningún problema. He visto demasiados Juegos como para saber que no siempre los Profesionales se salían con la suya. Si pensaba así, como que no tenía ninguna posibilidad, es que estaba claro que no me conocía nada bien. Quizás no haya pasado mi vida entrenando como ellos, pero si me he preparado de otra forma, aprendiendo cosas únicas que no se pueden enseñar mediante libros. E iba a utilizar todo aquello para demostrarle a todos los que llegan a los Juegos sin esperanza, que no la pierdan, porque nosotros también podemos ganar.

Kelly se retiró después de que Mags le diera el permiso. Maximian se había quedado perplejo, mirando todos y cada uno de nuestros movimientos. Se me acabó por ir completamente el apetito, pero agradecí a Mags que insistiera para que pudiese comer algo, aunque haya sido una pequeña pieza de fruta.

-Deberías ir a descansar. Pronto llegaremos al Capitolio-. Me ordenó Mags antes de abandonar el vagón.

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