lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 5

Aún rebotaban por mi interior los gritos de la gente, sus voces cantando mi nombre en una melodía ascendente, una y otra vez, cuando llegué al Centro de Entrenamiento, una gran y alta torre que fue construida exclusivamente para el hospedaje de los Tributos cuando residían, por unos días, en El Capitolio a causa de Los Juegos del Hambre. 

Cada Distrito tiene su propia planta, dividida en varias áreas y con una decoración lujosa: cuadros de pinturas vivas y brillantes de unos paisajes que no son propios de los distritos -supe que eran de antes de que llegase la gran ola-, esculturas de mármol y algunas de cristal, plantas y flores modificadas geneticamente para desprender olores únicos, los cuales se esparcían por toda la estancia y tapices y alfombras de telas exclusivas, algo muy caro.

La parte de las habitaciones se encontraban en un largo pasillo, pasando lo que se podría llamar el comedor -un lugar amplio y abierto, con una mesa de cristal y varias sillas de mimbre amarillo alrededor-. Es ahí también donde iba a pasar estos días mientras me encontrase aquí. 

-No creo que haya problema contigo y los Patrocinadores- me había dicho Mags, cuando las puertas del ascensor, acolchado como las sillas del tren, de un color rojo fresón y barras de metal dorado, se abrieron para mostrarnos la grandiosidad de nuestro piso.

-Bien, es algo bueno- continuó Mags. –Con eso controlado, podremos centrarnos en otras cosas- Ella no había perdido el tiempo cuando vio la mesa repleta de nuevo, con numerosos platos de exquisita comida y jarras de muchos más jugos, de los que no soy capaz de recordar. Se acercó a la mesa, cogiendo con rapidez un vaso y, cuando estaba a punto de echarse un líquido morado, entró en nuestra visión un Avox –un hombre pelirrojo, demacrado de piel pálida y con una ropa ancha para él- con la intención de agarrar la jarra y verter él mismo el contenido para Mags. Mags le hizo un gesto negativo y el Avox dejó que ella rellenara su propio vaso.

-Eso es. Tú concéntrate en lo que es importante para ti, estarás perdiendo el tiempo si no es así- Kelly habló por fin, después de quedarse muda cuando salimos de la estación y cogimos el coche negro de El Capitolio que nos trajo hasta aquí. Incluso Maximian intentó, durante el camino, entablar alguna conversación. Creo que ese hombre odia el silencio.

Tenía la sensación de que le preocupaba lo que había hecho fuera. La había sorprendido, era algo que no se esperaba, como si ella fuera la liebre del mítico cuento, la que tiene todas las de ganar, y yo la tortuga, en la que nadie confía pero que al final gana. Porque eso es lo que he hecho yo, ganarle con los habitantes de El Capitolio. Estaba nerviosa, dándose cuenta de que es posible que tenga un rival duro delante suya, alguien que se lo iba a poner tremendamente difícil para ganar. Porque no le iba a dejar y ella lo sabía.

Pero eso había sido esta mañana, antes de que empezase la fiesta que se estaba viviendo en el centro. Había un gran movimiento de colores por las calles, desde aquí parecían hormigas en busca de recursos para pasar el Invierno, solo que estas tienen comida suficiente y de sobra durante todo el año. No se escuchaba nada, los cristales eran tan gruesos, que no dejaban pasar ni el claxon de los coches, que avanzaban como podían y esquivaban para llegar donde estaba realmente todo el movimiento.

Toc, toc. Me giro sobre mí mismo cuando oigo el ruido de unos nudillos tocando la puerta.

-Pasa- Ordeno.

Maximian asoma su cabeza, escaneando la habitación hasta pararse en mí.

-Ya te están esperando abajo-. Y se retira, dejando la puerta entreabierta.

Esta noche es el Desfile de los Tributos, donde todos nosotros haremos nuestra primera toma de contacto. Podré verlos de cerca, analizarlos, saber cómo son y cómo actúan. En unas horas, voy a ser muy observado por mis oponentes, estoy seguro de que mi arribada ha sido muy comentada allá por donde haya ido y habrá llegado hasta sus oídos. Si tengo un poco de suerte, pensarán como Kelly.

Es por eso que mis estilistas ya están abajo, esperando con peines, maquillaje y trajes, listos para trabajar con nosotros y dejarnos impecables para el Desfile. Para Maximian es importante que demos una buena impresión y, para los estilistas, ocurre prácticamente lo mismo. Si tus trajes son los más valorados, empiezas a ser más reconocido y a ganar más popularidad y riqueza. Todo tiene que salir bien, no se permite el error.

Cuando bajo, veo como ya hay unas manos sobre el cabello de Kelly, revoloteándolo y convirtiéndolo en una maraña de pelos azabaches. Logro ver la Elodea, la que adornaba el pelo de Kelly, en un cuenco hondo en agua. Mi instinto es ir hasta ella y cogerla, para tocarla y olerla, volver a mi Distrito. Me resisto ante ello, no puedo volver a parecerle débil a Kelly, no ahora que he recorrido un gran trozo de camino y tampoco quiero causarles una mala impresión desde principio a mis estilistas.

-¿Cuánto tiempo vais a estar así? ¡Me duele toda la cabeza!- Se queja Kelly. –Podríais al menos cortaros esas uñas. ¿Es que queréis desangrarme?-

-Exagerada- Le replica la estilista de cabello naranja y rosa. Ella va vestida con una falda pomposa y blanca, con algo de purpurina para darle brillo.

-Y quejica- Le dice la otra, de tez caramelizada y cabello rojo. Esta porta un pantalón de franela negro y una americana color siena. –Además, las uñas así son la última tendencia. ¡Cómo nos dices eso!-. Se mira las uñas, casi parece a punto de llorar.

-¡Por fin!-. Una voz de mujer sale desde mi derecha. Las otras dos estilistas parecen percatarse ahora de mi persona, quienes me miran de arriba abajo, mientras hacen una lista en su mente de lo que está mal en mí. -¿Sabes cuánto llevamos esperando?-

La mujer pone su mano en mi brazo y me arrastra hacia una habitación contigua. En el medio hay una camilla plegable, igual a la que está tumbada Kelly, abriéndome sus brazos para que yo también me acueste. A su lado, hay una serie de bandejas en fila metálicas, que se mueven mediante cuatro ruedas que sujetan toda la escultura. Allí hay un revuelto de peines, grandes y pequeños, cepillos, tijeras, tiras de papel blanco, un cuenco rojo con algo pegajoso dentro, unas pinzas, aerosoles para el cuerpo y maquillaje. Al fondo, una barra metálica saliente de la pared, recoge una serie de trajes, lánguidos y envueltos en plástico.

-Desnúdate y siéntate- Me ordena.

La miro, sorprendido ante lo que me acababa de pedir. Solo mi madre me dio la orden de desnudarme una vez, cuando era pequeño y me caí en un charco de barro inconscientemente. Había llovido intensamente durante dos días y el suelo se había convertido en una piscina de fango. Enloqueció al verme entrar por la puerta, manchando el suelo de baldosa, el que limpiaba todos los días y aquella mañana, y no me dejó mucho margen de movimiento cuando se lazó hacia mí y me quitó la camiseta y el pantalón allí mismo.

Aún recuerdo perfectamente el ataque de risa de Annie, el que le entró cuando me caí al charco. No paraba, e incluso en mi casa y bajo la regañina de mi madre, ella seguía riendo. Esa risa que me gustaba oír y que aún sigue gustándome.

-Debería de haberlo dicho de otra forma- Su voz me hace retornar a la sala. La encuentro mirándome, con sus ojos grises pálidos. –Quítate por ahora solo la camiseta, Finnick, y túmbate-

Lo hago sin rechistar. Ella me observa atentamente desde arriba, mirando cada lado de mi torso. En algunos momentos hace un ruidito de afirmación, en otros, apunta en un papel algo que no consigo saber. Cuando termina con el pecho, se centra en la cabeza. Manosea también mi cabello, alborotándolo y me mira fijamente a los ojos.

-Eres muy atractivo, Finnick Odair. Eso ayudará mucho- Dice con una sonrisa.

Creo que ella espera a que le conteste, pero no lo hago, por lo que continua con su charla.

-Tu color de pelo es perfecto para lo que tengo pensado. Y tus ojos…-se acerca más a mí. –Profundos y hermosos. Un color que llama la atención a cualquiera que pase por tu lado. Un punto a favor. Levanta los brazos- Ordena, dándome un toque en el hombro.

-Mmm…- Sigue observando. Empiezo a estar incómodo, nunca nadie me había visto así y no es muy agradable. –Todavía se nota tu corta edad. Catorce, ¿verdad?- Afirmo con la cabeza, sin decir ninguna palabra. –Sí, se puede ver perfectamente. Aún así, tienes un gran potencial-.

Se retira por un momento, dándome algo de tiempo para respirar con más calma. Ella se acerca hasta la escultura metálica con ruedas, de la que coge el bol con esa cosa pegajosa y un par de tiras de papel. Se acerca de nuevo y empieza a empapar la brocha en el interior del recipiente.

-Quitaremos esto primero con cera- Me avisa, señalando el vello de mi axila. Saca la brocha y empieza a aplicar la cera en mi piel. Noto enseguida el calor que desprende. Mi estilista coloca ahora una tira sobre el mejunje y tira. Noto un escozor rápidamente y he dado un pequeño salto ante la impresión. Ella ríe por lo bajo y lo repite una y otra vez, hasta que todo el vello sale.

-El de aquí también irá fuera- Señala ahora el que está alrededor de mi ombligo. Es ahora cuando doy las gracias de no haber desarrollado vello por el pecho aún. La zona del ombligo es más rápida y menos dolorosa y, en poco tiempo, desaparece todo.

-Levántate y quítate ahora los pantalones-

Me resigno un poco, pensando en muchas tiras blancas –a las que ya les he cogido odio- sobre mis piernas, siendo arrancadas una por una. Pero todo se va cuando mi estilista dice:

-No haré nada aquí abajo. No se verá- Así que me pongo los pantalones de nuevo, sin saber si debo o no.

-Bien, es hora de preparar el traje-. Se acerca al poste metálico que sujeta los ropajes. -¿Estás listo para distraer?

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