lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 7

El ambiente era de celebración. Cuando salí por la puerta, la gente empezó a vitorear más alto, como si hubieran esperado este momento toda su vida. Los habitantes de El Capitolio estaban sentados en unas gradas largas que flanqueaban todo el recto camino que íbamos a recorrer, para llegar a una abertura en forma de abanico y recibir las primeras palabras del Presidente Snow.

El lugar estaba bien iluminado con focos que salían por todas partes. Tenían que vernos bien, tanto la gente que se encontraba aquí, como aquella que no tenía más remedio que verla por televisión, como es el caso de los doce Distritos. Se me vino a la cabeza la imagen de mis padres viendo el Desfile por obligación, porque era lo único que echaban en televisión cuando esto sucedía. Conocía bien a mis padres como para saber que estarían dándome fuerzas y ánimo, pero bajo la tristeza. Me pregunto si Annie estaría ahí también, con ellos, enfadada todavía por todo esto o abrazándolos para darles consuelo. Si Annie estaba allí, todo estaría bien.

El griterío de la multitud se mezclaba con el sonido del himno de Panem a lo lejos y, estos, me zumbaba en los oídos. Éramos su espectáculo, su diversión. Les pertenecíamos y ellos lo sabían bien. Me fijé en que, aquellos que estaban sentados en la parte más alta de las gradas, miraban nuestros trajes con una especie de prismáticos dorados. Había pantallas alargadas colgando desde altos postes de madera, donde podía ver la figura de Caesar Flickerman, el hombre que se encarga de hacernos entrevistas y comentar el Desfile todos los años. Otros postes eran los encargados de sostener las banderas de Panem.

-Seguro que saco buenos patrocinadores de aquí- Kelly hablaba, pero sin mirarme. Estaba concentrada en saludar a todos aquellos que estaban pendientes de nuestro carruaje.

Aún no había reaccionado a todo esto. Me había quedado inmóvil todo el camino que ya habíamos hecho, mirando boquiabierto todo mi alrededor. Atrás había dejado a gente que me había saludado, perdiendo así una oportunidad de ganar más Patrocinadores. Estoy seguro de que mi estilista estaría ahora gritando, viendo como todo su trabajo no estaba sirviendo. Porque sí, los trajes captan la atención de la gente, pero era tarea del Tributo el sacarle el máximo rendimiento. Si continuaba así, yo y mi traje, dejaríamos de ser vistos. No podría dejar que eso ocurriera, tenía que seguir hacia adelante, sin importar el número de tumbas que cavaría con ello. Nadie podía echarme ahora hacia atrás.

Eché con fuerza el aire por la boca, liberando tensión. Tenía que pensar en todos aquellos que me esperarían con los brazos abiertos cuando todo hubiera acabado. Esto tenía que hacerlo por ellos. Miré por las gradas, buscando algún grupo que fuera fácil de ganarme. Capté uno por el centro, la mayoría eran mujeres. Esperé hasta tenerlo enfrente para sonreír y saludar.

La reacción fue al instante. Todos se levantaron, eufóricos, llenos de agradecimiento por el saludo. Me lo devolvieron con fuerza, sonriendo también. Algunas mujeres gritaban para que me fijara en ellas y lo hacía. Las saludaba de nuevo y, en un momento, hasta les guiñé el ojo. Eso les encantó y lo supe porque empezaron a dar pequeños saltos, como cuando te regalaban aquello que más querías cuando eras pequeño. Esto era lo que estaban buscando y yo se lo había dado.

Poco a poco, mi nombre empezó a sonar por la grada izquierda. Mi mano se movía ya automáticamente y estaba disfrutando el momento. No quería pensar en nada que me pudiera distraer de aquello. Este era yo ahora, el Finnick que complacía a los habitantes del Capitolio porque me era necesario, el que tenía que regresar con vida aunque eso significase matar yo solo a todos los Tributos, un Finnick que parecía realmente un profesional.

-No te esfuerces demasiado Odair- Mi compañera sí que me miraba ahora, preocupada. –No creas que, aunque te respondan, ya te los has ganado. Ellos ayudarán a quienes quieran, no a quién más salude-.

-¿Crees que ellos no me quieren?- Conteste con una pequeña sonrisa en mis labios. Señalé con la cabeza hacia los que estaban cantando mi nombre.

-Un pequeño grupo no arregla nada- Se gira y me da la espalda. Veo como la pintura bronceada que tiene en su cuerpo se ha rebajado a un color más cercano al suyo natural. –Mira cuanta gente aplaude cuando les saludo. Me quieren, todos ellos. No un grupo tan pequeño. Estas acabado, Odair-. Hablaba con superioridad, pensando que esta vez había sido ella la que había dado el enorme paso y me había dejado atrás, en desventaja. Reí ante su pensamiento.

-¿Estás segura?- le contesté vacilando. Ella me miró de nuevo, intranquila. Dejé que viera como mi brazo se alzaba de nuevo, pero esta vez hacia su parte, la derecha. Saludé y sonreí.

Se giró bruscamente cuando supo que el sonido había aumentado con lo que había hecho. Volvía a ser el centro de todos. Ella tragó saliva, consciente de que no podía vencerme, que yo era más fuerte que ella en este sentido.

-Te odio, Odair- respondió ella cabizbaja.

-¿Eso es lo mismo que decir, en cuanto pise la Arena, te machaco?- Apagué la sonrisa. Eso significaría que tendría a otra persona detrás de mí y otra persona a la que tener en cuenta más seriamente.

-No. No seré yo quien mate a mi compañero de Distrito. ¿Cómo crees que me mirarían cuando regrese? Seremos Profesionales, pero hay normas. Lo único que haré es encargarme de que los demás hagan ese trabajo por mí-

Ni Kelly ni yo hablamos durante todo el camino que nos quedaba hasta llegar al Cïrculo de la Ciudad, una abertura plana en el camino que se ubicaba en al final. Los habitantes de El Capitolio habían decidido mirar otros carruajes y Tributos. Quedaban solo unos pocos que nos seguían con su mirada, los que seguían buscando nuestro saludo. Yo seguía complaciéndoles, pero Kelly se quedaba en su sitio, sin mover ni un solo dedo de su mano. Sabía que no conseguiría nada más y no continuó con ello.

Los aplausos y gritos cesaron cuando todos los carruajes se detuvieron frente a un alto edificio. Éste tenía un conjunto de largos ventanales, por las que salían intensas iluminaciones, que ascendían verticalmente  hasta llegar a un balcón que sobresalía entre toda la estructura y por el que se accedía a través de una puerta ornamentada. Justo en el centro estaba la puerta de acceso, cerrada en estos momentos. Encima de ella, se alzaba una enorme tela brillante y de color burdeos, con el símbolo de la región de Panem bordado en hilo plateado. 

Caesar había dejado de aparecer en la televisión y fue remplazado por nosotros. Cada uno de los Tributos estaban a la visión de todo el mundo, siendo acompañados por aplausos cuando salía alguien muy seguido. Cuando me enfocaron a mí, la gente estalló de nuevo.

       Desde este lugar, podía ver como en el balcón se encontraba un grupo de diez personas, sentadas en sillas majestuosas y de un respaldo alto. Todas ellas estaban colocadas a los lados de la gran silla principal, una mucho más decorada, grande y alta. Allí se sentaba el Presidente Snow, que nos estudiaba con una inquietante mirada de ojos azules, ojos que parecían los de una serpiente.

Se levantó y se acercó hacia un atril de madera de ébano para hablar a todos los ciudadanos y a nosotros, los Tributos. Era un hombre pequeño, delgado, con un espeso pelo blanco, del color de la luna cuando está llena y unos labios gruesos. Me recordaban a los de Maximian, esos labios que no pegaban con la forma de su cara. Supe enseguida que los del Presidente también habían sido modificados.

-Habitantes de Panem. Gracias un año más por asistir a este evento tan especial- El Presidente esperó a que El Capitolio aplaudiera sus primeras palabras. Cuando estuvo satisfecho, habló ahora con nosotros –Tributos, bienvenidos al Capitolio. Acabamos de ver un Desfile entretenido, ha sido un honor veros. Debéis sentiros honrados por haber sido elegidos como los representantes de vuestros Distritos para jugar los Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre. Estoy seguro de que serán unos Juegos entretenidos, sé que hay mucho potencial este año- El Presidente nos miró a todos, dándoles más tiempo a los Tributos del Distrito 1 y 2. Cuando llegó a nosotros, me pareció notar que el Presidente me daba también más de su tiempo.

Mis padres nunca han confiado en este hombre. Nadie sabe cómo surgió elegido entre todos los que eran candidatos. Sin embargo, es él quién tiene el título de Presidente de Panem, por lo que tiene el poder del gobierno y es él quien hace las decisiones que son necesarias para seguir viviendo en Panem. Realmente, mis Distrito no es muy partidario del Presidente Snow, pero no podían decirlo ya que él controla al ejército, los Agentes de la Paz y, si te escuchaban decir alguna palabra en su contra, te detendrían rápidamente.

Nunca ha sido un Presidente misericordioso en estos quince años que lleva en el poder. Todos saben que disfruta de los Juegos y del baño de sangre que ahí se crea. Los únicos que parecen apoyar en su totalidad al Presidente Snow, son los habitantes del Distrito 1 y 2, además de los Profesionales del mío. Para ellos, este Presidente es el mejor que podía haber tenido Panem. Mi visión de él también era la contraria. No se podía confiar en alguien a quién le gustaba la agonía, el terror en los ojos de otras personas.

-Gracias por regalarnos este espectáculo-. Concluyó. Luego, se retiró del atril y se sentó de nuevo en su trono. Los habitantes de El Capitolio volvieron a aplaudir. Nuestras carrozas se movieron y se adentraron de nuevo en la sala blanca por la puerta opuesta a la que habíamos utilizado para salir. A la primera persona que vi fue a mi estilista, que parecía una de esas personas que, hasta hace poco, estaba saltando y gritando por mí saludo.

-¡Sin palabras! Qué bien habéis estado- Me abrazó en cuanto me bajé de la carroza. –Sabía que lo haríais bien-

-Los primeros diez minutos ha estado histérica, gritando descontroladamente. Lo he pasado bastante mal cuando todos los demás estilistas nos habían mirado- Maximian estaba detrás de mi estilista, la que volvió a darle una mirada enemiga.

-Vale, al principio no sabía que pensar ¿Qué se supone que estabas haciendo, Finnick? Solo pensaba en que te habías puesto de acuerdo con este de aquí –señaló a Maximian- para hundirme ¡Y no me lo podía creer! Pero cuando empezaste a moverte, fue increíble-

-¿Para qué me serviría a mí destrozar tu trabajo?- Le reprochó él, triste y cansado.

-¡Por tu interés!-    
      
-Ya lo que me faltaba por oír- Maximian bufó y se dirigió hacia donde estaba Kelly y su estilista.

-Creí que te había dado un infarto, querido- Mags había regresado a mi lado. –Ya me habías hecho pensar que no le tenías miedo a nada y vas y te quedas inmóvil con algo tan simple como la multitud-

-Es imposible no temerle a nada, Mags-

-Cierto- Su característica sonrisa estaba ahí de nuevo- Has hecho un buen trabajo. Caesar no podía dejar de hablar de ti. Esta parte ya la tienes cubierta-

-Sí, pero aún queda mucho que hacer- le recordé.

Aún tenía que pasar por unos días de entrenamiento con los vigilantes y delante de todos los Tributos. Luego, me tendría que enfrentar a una prueba de nivel, en donde todos y por separado, le enseñábamos a los vigilantes nuestras mejores técnicas. Lo que menos me preocupaba era la habitual entrevista con Caesar, hablar no me importaba en absoluto. Tenía que prepararme para ello y Mags me iba a ayudar. Debía de causar más impresión a partir de ahora y, para ello, aún no estaba preparado.

-Para tu desgracia, querido- Podía ver la tristeza en sus ojos, abiertos y grandes. ¿Me había cogido tanto cariño como para empezar a preocuparse tan temprano? Es cierto que, sin Mags, hubiera estado peor. Tenerla cerca es como tener al lado a mi Distrito, y eso era agradable. ¿Para ella yo sería igual y por eso quería dármelo todo?

-¿Qué os parece un buen banquete para celebrar este éxito?- Mi estilista se había acercado hasta nosotros sigilosamente. Ni Mags ni yo nos percatamos que estaba tan cerca hasta que no habló. La palabra banquete hizo despertar mi apetito y la bestia que tenía dentro, quién empezó a rugir con un ruido que estaba seguro que había llegado a oídos de todos.

-Parece que es una buena idea. ¡Vamos entonces!-

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