lunes, 22 de abril de 2013

Los Juegos de Finnick, Capítulo 8

No había comenzado con gran ánimo, a pesar de tener hambre por no haber comido mucho más del desayuno de esta mañana. Cuando llegamos de nuevo a nuestro piso del Centro de Entrenamiento, la mesa había pasado de vacía a repleta. Me acordé de todos esos alimentos que nos habían preparado en el tren, pero aquí había mucha más comida, como si se tratara de una boda, en la que se crean grandes banquetes para celebrar la unión. Pero esto no representaba algo que se tuviera que celebrar, porque se avecinaba muerte y tristeza en lugar de felicidad.

Hasta Kelly se había contenido bastante sabiendo lo próximo que estaba el peligro. Maximian no hacía otra cosa que hablar del Desfile. Para él, nuestros trajes eran los que más destacaban –tenía que decirlo si no fuera así- y le encantó el modo en el que llamábamos la atención.

-Más bien, su método de llamar la atención- le contestó Kelly mirándome.

-Tú también lo has hecho bien, inmejorable- le decía para consolarla. Pero hasta él sabía que no iba a conseguir algo más de los habitantes de El Capitolio.

Kelly no dijo prosiguió hablando y Maximian continuó aprovechando el silencio que había creado. Por lo visto, mientras nosotros estábamos desfilando, él no había perdido la oportunidad para hablar con algunos habitantes que estaban caminando por los alrededores y con otros reunidos, siendo testigos del paseo de nuestros carruajes. Es una parte de lo que los escoltas debían de hacer, caer bien para atraer a más gente. Pero ellos no son los que tienen que cerrar algún trato, para eso estaban los mentores.

 Cuando llegó el momento, les preguntó que cuál era su Tributo preferido y si tenían pensado ayudar a alguien. Los de la primera ronda dijeron, sin pensárselo, que los Tributos del Distrito 2 eran los que, para ellos, se merecían toda su atención. Maximian continuó buscando hasta dar con gente que apoyaba nuestro Distrito.

-Tenéis más seguidores de los que pensáis. Podéis hacer mucho con eso. ¿Me has escuchado, Kelly?- preguntó, mirándole de reojo.

-¿Más seguidores de nosotros o de Odair?- me miró, enfadada. Nunca la había visto así conmigo, ni siquiera cuando le hice ver, hace unas horas, que la multitud apreciaba más mi saludo. Era un odio profundo, algo que entendía. Ella había perdido su infancia y parte de su vida perfeccionando todo lo que sabía y yo le estaba quitando todo eso de un golpe. Pero era algo que tenía que hacer, conseguir como fuera métodos para sobrevivir.

Recordé lo que me dijo, “estás cavando tu propia tumba”. ¿La que ella me tenía preparada la compartía con otro tributo? Es lo que me hizo pensar cuando afirmó que buscará a alguien para que haga su trabajo, todo por dignidad y volver con la cabeza alta y sin remordimientos a nuestro Distrito.

-Los dos estáis igualados- Concluyó Maximian.

Pero Kelly yo sabíamos la verdad. Incluso Mags no dijo ni una palabra al respecto. Lo único que hacía era llamar a un Avox –esta vez, una mujer pelirroja de la misma edad de Maximian, con unos ojos almendrados de color miel y unos pómulos sonrosados, vestida de rojo- para que le rellenase el vaso de vez en cuando.

-Después de saber que hay gente apoyándoos, me puse a ver el programa especial de Caesar -Continuó contando Maximian- ¡Estaba impresionado, con todos! Comentaba mucho los trajes de los Distritos principales, es algo normal. Y, cuando salisteis… Si hubierais visto su expresión. ¡Le encantabais, de eso estaba seguro! –Paró un momento para morder un trozo de carne- Decía que Kelly estaba espectacular, digna de un buen Tributo. Le encantaba el trabajo de tu estilista, tu pelo y bronceado. ¡Eso es algo muy positivo!- Volvió a comer, esta vez el puré de patatas. Estaba satisfecho con lo que había dicho. -Creo que te lo he puesto muy fácil, Mags-

        -No lo dudo. Conseguiré Patrocinadores- Le contestó.

-¿Y de Odair? ¿Qué decían de él?- Volvió a insistir Kelly.

Maximian dejó a medio camino su vaso. De nuevo había empezado a  sudar y supe enseguida que había preguntado lo que él temía y pensaba que se había librado. Me acordé de lo que me había dicho Mags en cuanto pudo hablar conmigo "Caesar no dejaba de hablar de ti".

         -No le presté mucha más atención- No la miró.

-Seguro- Su voz salía con fuerza.

La cena volvió a su silencio inicial. Mi apetito aumentó a medida que comía, como si el estómago se hubiera abierto de repente después de recibir los primeros nutrientes. Me acordé de lo que decía mi madre cuando me sucedía lo mismo en casa, cuando empiezas a comer, no hay quién pare hasta que uno está satisfecho. Y siempre le tenía que dar la razón cuando me pasaba exactamente eso.

Poco a poco, los Avox fueron retirando los platos principales: hamburguesas con setas,  fiambre de pollo con trufas, lubina con verduras, sopa de almendra… Platos que veía por primera vez. Mantuvieron los líquidos y jugos allí y empezaron a  traer más bandejas con postres.

Había pasteles de queso y frambuesa, de trufa blanca y tarta de manzana entre otras delicias. Pero yo me fijé el algo que me devolvió al Distrito 4. En un gran copa ovalada de cristal había colocados, con sumo cuidado y formando una pirámide perfecta, pequeños cubitos blancos que relucían por algunas partes cuando la luz blanca caía sobre ellos, como su tuvieran algún tipo de diminuta pedrería.

Annie vino un día al mar con una bolsa repleta de ese manjar en su mano. Había corrido hasta donde nos encontrábamos solo para enseñármelo. Me contó que su padre se la había comprado a la señora Bale por un precio razonable, pero sabía muy bien de donde habían salido en cuanto los vi. Solamente había una persona que era capaz de crear aquellas cosas y ese era el señor Bale.

Pasamos buena parte de la mañana saboreando el delicioso y único sabor de esos cubitos. Cuando nos quisimos dar cuenta, solo habíamos dejado cuatro para la familia de Annie, pero ella dijo enseguida que su padre los había comprado para nosotros, en agradecimiento del pescado de las mañanas. A partir de entonces, un día a la semana, Annie le regalaba a mi madre una bolsita y ella solo la mostraba cuando era necesario, sabiendo que a mí me encantaban.

-¿Son…?- Pregunté, estirando la mano hasta ellos.

-Azucarillos, sí- Miré a Mags. Ella también los observaba. ¿Tenían en ella el mismo efecto que acaban de tener conmigo? Cuando era más joven y estaba en el Distrito 4, ¿acudía al señor Bale para conseguir unos pocos? Yo la miré y ella me devolvió la mirada. Volvíamos a estar en el Distrito 4, hasta me pareció que podía oler la salinidad del agua del mar. Ella me incitó, con un movimiento afirmativo con la cabeza, a coger uno. Lo hice.

Su sabor era muy diferente a los azucarillos de mi Distrito, pero estaba delicioso, muy delicioso. Éste se derretía por mi boca suavemente, impregnándola de un sabor dulce. No me importaba esta vez que El Capitolio haya modificado su sabor, no perdía su esencia.

-Son tan…-

-Dulces- terminó Mags por mí. Asentí.

Los azucarillos del Distrito 4 tenían un sabor de agua sal y El Capitolio había modificado su molécula para hacerlo más comestible entre sus habitantes. Me pareció que habían acertado. Cuando éste hubo desaparecido de mi boca, rápidamente me metí otro. Ese sabor era adictivo.

-Recuerdo la vez en que los probé por primera vez, me comporté igual que tú. Es un dulce que gusta mucho a los niños aquí-.

-Y a mí. Los he echado tanto de menos...- Cuando dije eso, enseguida me arrepentí. Abrí los ojos y allí estaba Kelly, mirándome, sonriendo. Me había dejado llevar por los recuerdos y los sentimientos, rompiendo por unos segundos esa máscara que había colocado alrededor de mi verdadera persona, ocultándola.

Yo la miraba ahora serio, le había ayudado a romper algo de mi fortaleza y a dar un paso importante hacia mí. Ella lo sabía muy bien, por eso sonreía. Tenía el mismo sentimiento, ese que consigues cuando trabajas duramente contra algo imposible de vencer hasta que empieza a dar signos de debilidad cuando estas a punto de rendirte. Ese sentimiento de un pequeño triunfo, uno muy importante.

Maximian miraba de uno a otro, estupefacto y sin saber que había ocurrido para que Kelly hubiera salido de su burbuja de preocupaciones.

-¿Qué me he perdido?-. Preguntó finalmente, después de estar moviendo los ojos constantemente durante varios minutos.

-Con lo bien que habías trabajado, Odair- Kelly se relaja, dejando sus cubiertos en la mesa y cruzando, después, sus brazos sobre el pecho. –Habías hecho algo muy difícil de conseguir, darle miedo y preocupar a un Profesional. Pero acabas de confirmar que, sin práctica, cualquier movimiento puede ser un error. Lo habías calculado todo al milímetro, pero ni siquiera tú esperabas que algo tan simple te mostrara cuan fácil serás de matar. Porque no eres fuerte, eres todavía un niño, un niño que reprime el miedo y que se crea algo falso para intimidar, pero por dentro estas llorando del miedo, porque sabes que no serás capaz de ir más allá del primer día con Tributos como nosotros. Y eso es lo que te distingue de un Profesional y por eso no vas a conseguir mucho en los Juegos- Rió.

Me quedé quieto, sin decir nada. Intentaba no mostrar otro signo de debilidad, pero ya le había dejado ver demasiado. Ella tenía razón, había bajado la guardia cuando pensé que podía hacerlo y eso se ha vuelto a mí contra, algo que le daba, de nuevo, esa chispa de seguridad. Estaba intranquilo por dentro, mi estupidez me hizo retroceder unos pasos en el camino hasta mi meta, donde había crecido un nuevo obstáculo.

-Sigo sin comprender- Nos dijo Maximian.

-Me acabas de devolver todo, Odair. Y no voy a permitir que te lo lleves de nuevo. Ya no lo harás-

Kelly se levantó en cuanto terminó esa frase y desapareció por la puerta que llevaba hasta nuestras habitaciones. Miré a Mags, pero ella no parecía preocupada por lo que acababa de descubrir Kelly. Seguía segura, como si el saber que Kelly tenía cierta ventaja, no le importara en absoluto. ¿Y si es verdad que me estaba preocupando demasiado en parecer un rival fuerte? ¿Es que no tengo derecho a mostrar de vez en cuando como me siento? ¿No tenía derecho en ser tal y como soy y ganar, aún así, los Juegos? Sabía los pasos que tenía que hacer, como comportarme delante de los demás Tributos, pero eso no significaba dejar de ser lo que soy.

Podía seguir siendo fuerte y temido, aún mostrando lo que más me hacía débil. Es entonces cuando me di cuenta de que, lo que había mostrado, podía convertirse en un arma poderosa para los Juegos. Mi añoranza a lo que más quiero, convirtiéndome en alguien débil e inmaduro para lo que tenía que hacer, podía convertirse en una gran estrategia.

       Es como si Mags me hubiera leído ese pensamiento, porque enseguida afirmó, dándome a entender que ese era su plan desde un principio. Kelly se había ido pensando en que me había vuelto débil, pero ella no contaba en que puedo volverme más fuerte. Ahora era yo el que había roto ya un poco de ese obstáculo que se había alzado en mi camino.

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